La comunicación y la cultura no son elementos separados, sino hilos entretejidos que dan forma a lo que somos como sociedad. A través de la comunicación compartimos palabras, imágenes, sonidos e historias; y a través de la cultura, les damos sentido. Una no puede existir sin la otra. Por eso, cuando hablamos de comunicación cultural, no solo nos referimos a transmitir información sobre costumbres o tradiciones, sino a sostener los relatos que nos identifican, nos cuestionan y nos transforman.
La cultura es el reflejo de lo que hemos construido colectivamente: nuestras lenguas, rituales, formas de vestir, expresiones artísticas, maneras de celebrar o resistir. Pero todo esto necesita ser contado, mostrado, dialogado. Ahí entra la comunicación como herramienta vital. Sin ella, la cultura se estanca o permanece oculta. La comunicación permite visibilizar aquello que habita en los pueblos, en las calles, en las cocinas, en las memorias de nuestros mayores, y lo lleva a otras plataformas para ser preservado y resignificado.
En tiempos digitales, esta relación se vuelve aún más relevante. Hoy tenemos la posibilidad de producir contenidos desde los territorios, con nuestras propias voces y enfoques, sin depender únicamente de los grandes medios o de centros urbanos. Esa democratización de la palabra abre la puerta a nuevas narrativas culturales, más auténticas, más locales, más nuestras. En este contexto, el comunicador cultural ya no es solo un transmisor, sino un puente entre las comunidades y el mundo. Su tarea no es imponer, sino escuchar, aprender y dialogar.
La comunicación cultural también es resistencia. En un mundo globalizado que tiende a homogenizar, hablar desde lo propio es un acto político. Nombrar nuestras raíces, compartir nuestras leyendas, mostrar nuestras fiestas, retratar nuestras realidades... es una forma de defender lo diverso. En especial en provincias como Cañar, Azuay o Chimborazo, donde la riqueza cultural es vasta y viva, es urgente contar historias que no sean solo turísticas o folklorizadas, sino humanas, complejas y verdaderas.
Por eso, el compromiso con la comunicación cultural no puede ser superficial. Implica ética, sensibilidad, conocimiento del territorio, y sobre todo, amor por lo que somos. Un medio como Kuyana TV, por ejemplo, no solo se plantea informar, sino sembrar identidad, provocar reflexión y fortalecer el tejido social a través de la palabra, la imagen y el sonido. Porque cuando comunicamos nuestra cultura, no solo la difundimos: la cuidamos, la proyectamos y la hacemos crecer.
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